martes 23 de abril de 2024
Edición Nº2325
Actualidad » 9 abr 2020

#Covid-19

Enemigo invisible

El ex vicedecano de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora y director del Instituto de Estudios Internacionales de la UNLZ, Francisco Lavolpe, hace un análisis de cómo la pandemia de coronavirus desnudó la vulnerabilidad del sistema internacional.


Por:
Redacción

¿Es el COVID-19 un arma de diseño o se trata de un error?; ¿es acaso un ataque terrorista, será un fallido ensayo de laboratorio o una fuga accidental como la de Chernobyl?; ¿hay responsables políticos de esta catástrofe humanitaria? A pesar de las especulaciones, conjeturas, teorías conspirativas, todas ellas verosímiles, probablemente nunca se sepa qué es lo que realmente sucede con esta pandemia. Tal vez, jamás se revele la verdad.

Este ataque invisible desnuda la vulnerabilidad del sistema internacional, aún entre las principales potencias, más preparadas para una guerra nuclear o para contrarrestar un cyberataque que para enfrentar una peste. La vanidosa Europa, fragmentada hasta el punto de cerrar países, ciudades, pueblos y hasta pequeños municipios; sin capacidad de coordinar una estrategia de defensa u organizar una respuesta común. China y buena parte de oriente, capitalizando su disciplina social y el control político de lo público, lograron contener el virus y mitigar su impacto. Estados Unidos tabicando sus fronteras, ya no solo con México, sino con el mundo entero, sin una clara política sanitaria doméstica, también fragmentada entre los diferentes estados, exhibiendo una reacción mezquina y tardía que lo baja definitivamente del trono de potencia hegemónica. América Latina, con algunos gobiernos incompetentes como el de Brasil, se muestra también incapaz de formalizar acciones comunes en defensa de un ataque viral de esta naturaleza, donde el enemigo viene oculto en el “otro”, el extranjero,  el vecino.

La falta de liderazgo político y la incapacidad para la coordinación de políticas sanitarias comunes revela las vulnerabilidades del supuesto orden mundial de cáscara de huevo. Los organismos internacionales apenas si alcanzan a elaborar recomendaciones o a contar las víctimas. Un enorme desafío para la comunidad internacional que la encuentra sin estrategia, sin herramientas y sin liderazgo. Es indispensable señalar que cuando la amenaza es de escala mundial difícilmente haya una respuesta nacional exitosa.

Sin embargo, una vez más se destaca el rol de los estados nacionales, muchas veces soslayados por el tsunami globalizador, en defensa de la seguridad ciudadana. Los gobiernos con mejores reflejos desplegaron rápidamente sus políticas de defensa para proteger a sus ciudadanos de este virus. Una vez más, son los estados los responsables naturales de garantizar la seguridad frente a una amenaza externa. El control de fronteras, los límites para la circulación ciudadana, el poder de policía sanitaria para el “aislamiento social”, entre otras decisiones necesarias para la “defensa”, son políticas nacionales.

Una de las principales consecuencias de las políticas de defensa sanitaria es el “distanciamiento social”, un principio que tiene naturales efectos políticos. Se trata de un terror invisible que quitó a los pueblos de las calles, en Hong Kong, París, Río de Janeiro, Santiago o Roma, y que además, como en todo terrorismo, convierte al vecino en una potencial amenaza. 

El COVID-19 muestra con crudeza el clásico dilema de la comunidad internacional, cooperación o competencia, amigo o enemigo. Este dilema no tiene una resolución correcta, está sumergido en la historia, la oportunidad y la voluntad divina.

Algunos avizoran el nacimiento de un nuevo orden internacional, otros suponen que todo seguirá igual que antes, o se comportan como el violinista del Titanic. La muerte todavía está muy cerca aún para estimar consecuencias, pero es muy probable que después de este ataque, el mundo no sea el mismo.

Francisco Lavolpe.

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