miércoles 17 de abril de 2024
Edición Nº2319
Actualidad » 7 may 2019

EN EL PRIMER CENTENARIO DE SU NACIMIENTO

Cien veces Evita

Fue Evita, la abanderada de los humildes, el alma de la revolución social de aquel tiempo, la mujer que se preocupó por trabajar para que donde hubiera una necesidad, existiera un derecho. Esa Mujer que se sembró y que fue, es y será millones.


Por:
Alicia Paz

Nació con el nombre de María Eva, pero por esos jirones de la vida el pueblo la bautizó Evita. Fue la abanderada de los humildes, la mujer que rompió con un sin fin de prejuicios, la que llevó dignidad a los más necesitados, la que luchó por sus derechos, tal vez por haber conocido de cerca el significado de pertenecer a una clase olvidada por los poderosos.

Nació un día como hoy hace 100 años para hacer historia. Fue un 7 de mayo en Los Toldos, provincia de Buenos Aires. Vivió una infancia repleta de dificultades, con más tristezas que alegrías. Ya la aurora le avisaba que su vida no sería fácil por la ausencia y la pérdida de su padre a muy temprana edad. Cuidada al calor de su madre, sus tres hermanas y hermano mayores, atravesó la niñez y con 16 años cargó su valija de ilusiones y llegó a la Ciudad con el único objetivo de dejar atrás esa época de desolación.

Con pocos recursos y mucha voluntad ganó la primera pulseada al embarcarse en el mundo de la actuación entrados los años `40. Poco después, un terremoto que afectó a la provincia de San Juan también sacudió sus días y le cambió el rumbo. Aquel seísmo fue el epicentro de una transformación rotunda para todos, para el pueblo, para ella y también para quien por entonces era un coronel entre tantos, Juan Domingo Perón. Se vieron durante una cruzada que se había realizado en el Luna Park para ayudar a las víctimas de aquella tragedia. Tiempo después se casaron y cuando Perón llegó a la Presidencia, en su condición de primera dama Evita continuó su lucha, esta vez para modificar el destino de los mismos necesitados de siempre. Creó la Fundación que llevó su nombre, Eva Perón, y trabajó incansablemente por los pobres y por todos, por la justicia social: con su tesón y sus convicciones impulsó la creación de hospitales, escuelas, hogares de niños, de madres solteras y ancianos; policlínicos, polideportivos y hasta una Ciudad Infantil. Y entonces los pobres –que ya dejaban de ser pobres- sonrieron, mientras los que más tenían se llenaron de odio.

Fue Evita, como eligió ser, la de sus “descamisados” a quienes hablaba con entrega, con profundos discursos, casi de igual a igual, en esas plazas colmadas que aportaron imágenes inolvidables y peculiares del momento. En los trenes abarrotados de preeminencia, esperanza y fe.

“Donde hay una necesidad existe un derecho”, decía, y con esa frase resumió el universo de su acción. Porque Evita era eso, actitud, compromiso, abnegación, respuesta. Todos lo supieron, los destinatarios de su política social que fueron visibilizados y los que se vistieron de ignominia, aquellos que celebraron la enfermedad que apagó su sonrisa a los 33 años.

La lucha no fue en vano, Evita nunca murió, se sembró en los corazones de los que recibieron su afecto y sobre todo su justicia. Ella se lo ganó, por revolución, por su valentía para construir un país distinto, para transformar la desesperanza en optimismo.  Evita se sembró. Evita fue y es millones. Aquellos niños, los únicos privilegiados de entonces, los que sonreían amados, llenos de alegría e ilusión hoy la recuerdan. Lo harán sus hijos, lo harán sus nietos y los nietos de sus nietos.

Vive, a cien años de su nacimiento, vive. En cada derecho que le gana a la necesidad. Vive. Y cada vez que las banderas que ella levantó dejen de flamear, sin dudas que volverá. Cien veces volverá.

Fue Evita, no Eva, ella quiso serlo, porque por esos jirones de la vida, así la bautizó el pueblo.

“Cuando elegí ser `Evita´ sé que elegí el camino de mi pueblo. Nadie sino el pueblo me llama `Evita´. Solamente aprendieron a llamarme así los `descamisados´. Los hombres de gobierno, los dirigentes políticos, los embajadores, los hombres de empresa, profesionales, intelectuales, etc., que me visitan suelen llamarme `Señora´; y algunos incluso me dicen públicamente `Excelentísima o Dignísima Señora´ y aun, a veces, `Señora Presidenta´. Ellos no ven en mí más que a Eva Perón. Los descamisados, en cambio, no me conocen sino como `Evita´. Yo me les presenté así, por otra parte, el día que salí al encuentro de los humildes de mi tierra diciéndoles que prefería ser `Evita´ a ser la esposa del Presidente si ese `Evita´ servía para mitigar algún dolor o enjugar una lágrima”.

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