miércoles 24 de abril de 2024
Edición Nº2326
Actualidad » 13 nov 2018

Música

Si te dicen que caí: entrevista a Manuel Moretti, líder de Estelares

Siempre hubo algo difícil de definir (por suerte) en Manuel Moretti. Entre el under platense y el pop, de culto y masivo al mismo tiempo, con momentos de oscuridad en el pasado y un presente brillante, es quizás uno de los compositores de canciones más importante


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“Yo no daba dos mangos por mi vida”. Manuel Moretti atiende en un bar de esos de antes de Almagro. Frente a un ventanal, en la esquina donde cruzan colectivos y ciclistas prepotentes, declara una vida rural en Villa Elisa, rodeado de familia, pechirrojos y zorzales. La colisión entre el paisaje que describe y el marco de la entrevista es notable. Cuando viene a Buenos Aires, dice, aprovecha y aglutina actividades: va puntualmente a terapia, avanza con la escritora Andrea Alvarez Mujica en una biografía de Estelares y, ahora, conversa con Radar precisamente sobre el presente de la banda, sobre cómo pararse en una cancha de once a los 53 años, sobre Leonardo Favio y sobre el extraño libro que acaba de publicar, Demasiadas pocas cosas. Un atajo literario al derroche de canciones que suelen seguir la dirección virtuosa que va de los noticieros a las canchas de fútbol. Se trata de una de esos libros de misceláneas, arbitrarios, de ramos generales, que sirven para asomarse por arriba de la ligustrina de la obra de un artista; una compilación de textos que destacan por la frescura, por un tono confesional y por su multiplicidad de registros. En este puzzle de piezas mezcladas sobrevuela la certeza de que algunas faltan, irremediablemente. Entonces dice: “Yo no daba dos mangos por mi vida”. Lo dice neutro, con una media sonrisa, los ojos chiquitos detrás de las gafas.

Todo en Moretti es un poco extraño, caprichoso, oblicuo, fuera de foco. Parado históricamente con un pie en el más denso under platense y el otro en el mainstream de Pop Art, de culto y masivo al mismo tiempo, con una formación  universitaria y al tun tun, un pasado sórdido de drogas pesadas y un presente que define, spinetteanamente, “todo luz”, Moretti es un hermoso perdedor. O un melancólico ganador, que juega el juego del rockstar con seriedad pero sin creérsela demasiado. Sabe usar escudos. “Sin creérmela nada, en realidad. Considero que mi oficio es ser compositor de canciones. Y punto. Después me reparto en muchas cosas que me interesan. Pero mi oficio es ese”.

¿En qué momento estás del oficio?

–Y... la verdad es que me están saliendo canciones dichosas. Yo escribía sobre la carencia y la dificultad, ahora escribo sobre la dicha. No hay mejor agenda que la familia, que mi mujer y mis dos hijas. Debo decir igual que nunca estuve gobernado totalmente por la oscuridad, siempre hay algo que te salva. Si te fijás bien muchos de los éxitos de Estelares son extremadamente optimistas: “Un día perfecto”, “Es el amor”, que dice “¡una caravana alucinada nos viene a saludar!”. Una exageración.

Una exageración a lo Favio.

–Claro. Leonardo Favio es mi sol. Siempre quise ese tipo de comunicación popular. En los primeros discos de Estelares quizá no comunicábamos bien. Quiero decir: ahora estoy bien. Escribo canciones sin trampas. No me interesa macanear. Tengo una vida linda en Villa Elisa, hago demos, trabajo mucho con el Ipod y ensayo duro con los chicos. Parte de mi infancia transcurrió en las afueras de Junín, a 20 kilómetros, en un pueblo llamado Agustina, bien campo. Después tuve mucha vida urbana y ahora, de alguna manera, vuelvo a lo rural. Estamos laburando con doce demos. Uno de ellos, por ejemplo, se titula ¡”Horneros cantantes”! Otro texto empieza: “Había una dicha en la Plaza Marcilla,/ y en Agustina éramos salvajes,/ matábamos chimangos al voleo/y éramos la máquina del miedo”. No sé si será una canción o el comienzo de otro libro o qué. Otros tienen títulos tentativos como “Montañas de amor” y “Unas guitarras”. Recién están tomando forma.

¿Cuándo saldría lo nuevo de Estelares?

–Antes de fin de año lanzamos un tema. Vamos a hacer así, como se estila ahora: ir soltando canciones de a poco. En 2019 estará el disco.

¿Sentís la presión de tener que estar a la altura de la masividad que alcanzó la banda?

–Te juro que no. Trabajamos tranquilos.

¿Cuál creés que es la clave del éxito sostenido de Estelares?

–Podría pensar alguna respuesta. Pero no lo sé. 

La biógrafa Andrea Alvarez Mujica, que además es una de las fundadoras de la editorial Hormigas Negras, ensaya una explicación: “Hay dos listas de canciones de Estelares, las oscuras y las luminosas, las secretas y las populares, las dramáticas y las festivas, las de la época under y las radiales. Moretti tiene un gran manejo de la síntesis. Las estrofas son cortas en relación con lo que cuentan, pocas palabras y mucha información sumergida, comprimida, ideas complejas, largas historias, contadas en un estribillo o en dos palabras, como ‘Alas rotas’. Te podés quedar con lo que resuena en la superficie, que es muy lindo, o podés sumergirte en aguas más espesas. Otro tema que atraviesa su poética es la soledad. Es algo que nos toca a todos y del cual nos podemos apropiar. Creo que en general las temáticas de las canciones de Manuel son muy apropiables, la soledad, la melancolía, la imposibilidad de volver al tiempo pasado, el desencuentro amoroso, la dinámica humana de destrucción y construcción o viceversa. Cuando Manuel dice ‘no creas que es fácil para mí ser yo’, nadie piensa que eso es algo que le pasa a Manuel, cada uno piensa en sí mismo, y tal vez esa sea la clave de sus canciones”.

Alvarez Mujica da en varios clavos. Moretti pone de manifiesto de una manera empírica la diferencia entre poesía, letra más música y esa unidad misteriosa e indivisible que es la canción. Algunos textos y letras de Demasiadas pocas cosas pierden sustancia sin la presencia de la música y la interpretación. Cómo dice y canta la frase “niños blancos” en “Alas rotas”, la forma, el tono, provoca una emoción que se diluye en la letra escrita. Moretti parece haber desentrañado –como Leonardo Favio, como Andrés Calamaro– los secretos de la alta canción pop. El tilín del corazón. Las materiales con los que trabaja son la pérdida, la nostalgia y cierta altanería.  

LA PLATA LLAMA A LA PLATA 

Moretti dice que ama la palabra y que ama a ABBA. Otra colisión. Dice también que tiene muchos (demasiados pocos) amigos periodistas, poetas y escritores, y que lo produce tedio el roce social. Y que su vida hasta los 45 años fue un desastre. “Me daba muchas palizas. Las drogas llegaron a un nivel heavy. De pronto aparecía de noche como un zombie, por la calle, y llamaban a mi vieja... Y bueno. Necesité una reconstrucción, y creo que la logré. El psicoanálisis fue muy importante, me resulta un espacio muy creativo que destaca la palabra y también lo no dicho. Hace 20 años que voy. Las preguntas que me hacía a los 18, 19 eran las de un pibe confuso. Las fui respondiendo. Mi viejo estuvo ausente, sin embargo lo pude rescatar. Mirá, siempre viví dentro de un patrón sensible. Mi vieja es docente, dibuja, tiene una tendencia al universo emocional. La conexión con mi padre fue el fútbol: él fue un grandísimo jugador. Bueno, ¿qué es lo que finalmente me interesa? El mundo sensible y el fútbol”.

Tal vez Demasiadas pocas cosas funcione, también, como otro espacio caótico y creativo: tratando de unir los fragmentos aparentemente inconexos de los textos aparece un drama. Es una liberación y una búsqueda desesperada. Constituye al fin una autobiografía de apuntes, escritos perdidos, dibujos de la época de que cursó en la Facultad de Bellas Artes en La Plata que sobrevivieron en cajones cerrados a mudanzas y letras de canciones. La cartografía de una deriva, un desasosiego que, como razona Alvarez Mujica, provoca una identificación instantánea. “Te vas a otros mundos/ de hombres más cordiales”, se lee en el libro, y en el contexto sobresale como el aforismo de un varón del siglo XX que no puede con su alma. Si el comienzo de un texto define un libro, el primero de los de Demasiadas pocas cosas es elocuente. Se titula Amanda, tiene una respiración bukowskiana y una pureza iniciática. Una desolación demasiado transparente. “Definitivamente comienzo a escribir. Arranco como un loco. No tengo alternativa (...). Estoy tan inutilizado que me vanaglorio. Merezco el título del idiota del mes”. “Uf, eso es muy viejo”, dice ahora en el bar ruidoso. “De 1999. Ya no escribo así. Tampoco me avergüenza. El orden de los textos y la compilación, la hizo Juan José Becerra. Él lo editó. Lo admiro: es mi amigo y un escritor extraordinario. Eso es un escritor. La literatura para mí es un tótem. Le tengo mucho respeto. Te puedo citar libros que me marcaron: Suave es la noche de Fitzgerald, Los subterráneos de Keroauc, El parque de los ciervos de Norman Mailer. Pero lo mío son las canciones”.

¿Te reconocés en los textos?

–No sé si me reconozco. Pero me los banco, me banco esas prosas, aunque sean de épocas diferentes. Si bien no soy escritor, he vivido siempre en relación con un patrón estético. Cuando no habían nacido mis hijas el estreno de una película de Brian De Palma, Vestida para matar por ejemplo, era un acontecimiento. Releo mi libro y hay fotos de la desintoxicación que me gustaron más de lo que esperaba. La época en que me despertaba gritando en la noche y mis parejas o mis amigos me cuidaban. Eran como ataques de pánico. Pero no eran ataques de pánico: eran ataques de angustia.  Me leo y digo: ‘¡Faaa... no tapé nada!’. También hay poemas recientes, de hace un año y medio. Creo que quedó un buen mix, dinámico. Hay letras... Y al fin creo que es verdad eso de que “le di mi vida a las canciones”.

¿Por qué?

–Hice dos años de teatro, uno de Filosofía y Letras, cuatro de Bellas Artes, estuve siempre rodeado de intelectuales. ¿Qué les pedía a mis amigos poetas y escritores? Ni minas, ni autos, ni drogas, les pedía libros, consejos literarios o cinematográficos, palabras. Y así me fueron ganando las canciones, con esas palabras que me apropiaba. El lenguaje, los símbolos... Esa es mi neurosis.

El libro también refiere a la época en que eras parte de la bohemia platense... Muy cercano a Patricio Rey.

–Porque yo empecé a frecuentar la noche de la ciudad en el corazón de la tormenta, los años 87, 88. Los Virus y los Redondos ya estaban en Buenos Aires, y en La Plata quedaron los Redondos primeros, los que casi no hacían música. Curtí la bohemia en aquellos años con el hermano de Skay, Guillermo Beilinson,  junto a Ricky Rodrigo y Pepe Fenton. Yo trabajaba en el Bar El Taller, que quedaba en la esquina de 3 y 49. Iban todos: pintores, escritores, músicos. Ahí toqué por primera vez en vivo. Guillermo presentaba un corto y me acuerdo que fueron el Indio, Skay y Poli. ¡Yo recién había aprendido a tocar, mal, la guitarra! Hice tres canciones: ‘En la esquina venden pan’, ‘Blanco y negro’ y ‘Willys’, las tres terminaron siendo parte del repertorio de mi primera banda, Licuados Corazones. Era joven, agraciado, me convencí de que podía hacer canciones, las mujeres me buscaban y me picaba y tomaba cocaína, ácido... Estaba totalmente chiflado.

A diferencia de las principales bandas del extraordinario y variopinto linaje platense –de La Cofradía de la Flor Solar y los Redondos a Virus, Peligrosos Gorriones, El Mató y tantos más–, Estelares le cantó con fruición a la ciudad. Un tema como “Rimbaud” evoca tanguísticamente los años de estudiante de Bellas Artes y de fiestas idealizadas en los bosques cercanos a la cancha de Gimnasia... “Ey, ¿Te acordás cuando fuimos los dos a esa fiesta al bosque del amor?/ No parábamos de alardear, éramos la vanguardia de más,/ de tomar y tomar y tomar, nada nos podía amedrentar./ Ey, ¿Te acordás los libros de Rimbaud?/ ¿Que amábamos a Jean Cocteau?...”

Se acerca Juan José Becerra, narrador excepcional, autor de una  de las grandes novelas de los últimos años, El espectáculo del tiempo. Ofició de editor del libro. Al igual que Moretti es clase 65, nació en Junín y se desarrolló en los ochentas  abducido por el campo magnético de La Plata, a la que define como “la ciudad más burocrática del mundo”. “Es como Moscú en la era de la Unión Soviética. Todo se resuelve o se interrumpe con un memo. Hay millones de oficinas, miles de abogados, cientos de directores de algo. Esa calamidad estructural que define su cultura no puede no pedir arte afectivo. Y a ese arte afectivo se lo da la juventud, que por supervivencia actúa contra el carcamanismo de la ciudad. Manuel captó esa necesidad y la convirtió en canciones, pero estoy seguro de que el impulso viene de más lejos”. 

¿De dónde?

–Se cristaliza en la bohemia platense pero es el resultado de una educación sentimental basada en LT 20 Radio Junín, la radio del diario La Verdad, el único en todo el país propiedad de la Iglesia Católica. Hasta diría que las canciones de Manuel podrían deducirse en gran parte de la play list de esa radio durante los años 70: Roberto Carlos, Nino Bravo, Leonardo Favio...

¿Ahí lo ubicás a Moretti?

–Sí. Puro discurso amoroso.  

Ese recorte del recuerdo de la cultura popular de la década del 70 está omnipresente en la cancionística de Estelares y también en el libro de Moretti. Los “Sábados de Superacción”, el boxeo, el cine de teléfonos blancos, el tango, la balada italiana, son procesados por una mirada que mezcla ternura e impiedad y que remite al universo de Manuel Puig: tal vez no casualmente un escritor salido de la pampa húmeda que supo entender lo que late y se oculta detrás de la estética del folletín. Otra vez: los silencios, lo no dicho. “Me nutrieron el cine argentino de los años 40 y 50, el tango y su marco cultural, los letristas, algunas de sus observaciones acerca de las mujeres fatales y a la vez tan frágiles. Sí, muy Puig todo. Hay algo de la movilidad de la clase media durante el primer peronismo y el post que me seduce mucho. Y después, claro, la década del ‘70... Recuerdo en que 1974 pasé en auto con mi familia por el cine Crystal Palace de la calle Sáenz Peña y quedé fascinado por la cantidad de gente que esperaba en la vereda. ¡Era el estreno de Nazareno Cruz y el lobo! Un disparate. Esa fue mi primera fascinación relacionada con el cine, algo completamente nuevo en mi vida. Tenía 9 años. La fascinación se completó cuando escuché la canción de la película, ¡inolvidable melodía! Todo eso constituyó mi sensibilidad, mucho más que cualquier rock.

MILONGA TRISTE

Este miércoles 14, en el Raíces Bar de Berisso, Moretti va a dar rienda suelta a ese humus nacional y popular que supone una, otra, de sus aristas más alternativas: hace años que sale por los barrios de los alrededores de La Plata a cantar tangos. Casi nadie se entera. El Raíces Bar es ya un clásico de un acotado público, una grey de paladar fino. “Ando solo con mi guitarra, o con el pianista de Estelares, Eduardo Minervino, y la bandoneonista Natalia Pedraza. Son tangos y canciones”. Hace “Milonga triste”, “Caserón de tejas”, “Tres esquinas”, “Gricel”, y también “Ella ya me olvidó” de Favio, “Un gato en la oscuridad” de Roberto Carlos, “Superficies de placer” de Virus, “Lunes por la madrugada” de Los Abuelos de la Nada. También participa habitualmente de las Menesundas de  tango y rock que organiza el cantor Cucuza Castiello. “Ese también es mi mundo. Y lo hago en serio. Estoy tomando clases de canto con Raúl Cariola, un crack. Fue profesor de Gustavo Cerati”.

Mira el reloj: en media hora se encuentra con Víctor Bertamoni y Pablo Silvera, el leal núcleo duro de Estelares que ve cómo el líder vuela otros cielos, con sus alas rotas. Si se lo mira bien, Manuel Moretti tiene mucho de antihéroe: corto de vista, un flequillo canoso que cae sobre la frente como una cascada, un discurso sinuoso. Para los grandes festivales auspiciados es un referente AOR del “rock nacional”. El se ubica discretamente lejos de cualquier estereotipo. “El ego es el disfraz de la inseguridad”, dice Quincy Jones en el estupendo documental de Netflix. Moretti se mira a sí mismo como desde un dron, y dice: “No hay que caer en ninguna trampa”. Parece seguro. Se ríe, y completa: “Perdón si es muy elemental lo que digo. El libro, el tango, esta entrevista, completan al cantante de Estelares. Para mí son motivos de alegría. Cuando no estoy de gira voy a jugar al fútbol en cancha de once. Juego mejor que cuanto tenía 20, administro mis energías. Y después, la familia. ¿Qué más? ¿Cómo no me van a salir canciones dichosas?”, monologa, dice, pregunta Manuel Moretti, que no daba dos mangos por su vida y que ahora cuenta una y otra vez, de diferentes formas, su historia de desamparo y redención.

Publicado en Página12

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