domingo 10 de noviembre de 2024
Edición Nº2526
Actualidad » 5 jul 2018

Libros

Quién es esa chica

Fundó las bases para el psicoanálisis de niños y en 1913 ingresó como miembro a la Asociación Psicoanalítica de Viena. Hermine von Hug-Hellmuth fue autora de una buena cantidad de artículos y libros y contó con la admiración y la confianza de Freud.


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Podríamos decir que este libro es, al mismo tiempo, dos libros. Por un lado está el texto en sí, el diario de una chica en Viena fines del siglo XIX o principios del siglo XX, en una época y un lugar que resultaron cruciales para la historia del pensamiento de Occidente, con pasajes de indudable belleza y con la exposición desnuda de deseos, temores, celos y desencantos. Por otro lado está la historia que rodea al texto, vinculada íntimamente a los inicios del psicoanálisis y que termina en un caso policial.

En este sentido se suma el debate sobre la autoría del diario. Hermine von Hug-Hellmuth fue una pionera en muchos aspectos. Se presenta en el prólogo de este libro como “la editora” a quien le entregaron el texto y aclara que ha introducido modificaciones para preservar la identidad de quien lo escribió. Poco después de que se publicara –en 1919, con éxito– surgieron dudas sobre la autenticidad del diario.

El inglés Cyril Burt fue uno de los que acusaron a Hug-Hellmuth de haber escrito este libro ya adulta, a partir de recuerdos de su infancia (llamativamente, mucho después se encontraron pruebas de que Burt había falsificado datos en sus investigaciones). La psicoanalista siempre negó cualquier versión en ese sentido.

Muchos datos de su biografía coinciden con lo que se lee en el diario: aprietos económicos que no se condicen con un origen noble, la muerte de la madre luego de una larga enfermedad, el padre militar, la educación católica, el complejo vínculo con la hermana... Si bien otros datos no concuerdan (Grete tiene un hermano varón, por ejemplo), sería en verdad sorprendente que Hug-Hellmuth y la autora del diario hayan vivido situaciones tan similares.

Hoy muchos aseguran que quien escribió el texto fue ella misma. Élisabeth Roudinesco y Michel Plon, por ejemplo, lo afirman sin plantear ninguna duda en su Diccionario de psicoanálisis. De ser así, podría tratarse de su propio diario de la adolescencia (acaso con agregados) o de un texto escrito en la adultez a partir de sus recuerdos, lo cual hubiese requerido un arduo trabajo literario para lograr verosimilitud. Resulta aventurado dar por cierta cualquiera de las teorías, más aún cuando muchos datos sobre la vida de “la editora” no son claros, las fuentes se contradicen y hasta fuerzan hechos para solventar alguna de las hipótesis.

En cualquier caso, si Hug-Hellmuth mintió en cuanto a su autoría, eso no invalida el valor del texto ni su significación para la bibliografía psicoanalítica. De hecho, parece insólito que no se hubiese traducido hasta ahora al castellano un libro que Freud recomendó en varias ocasiones y que consideraba “una pequeña joya” capaz de mostrar claramente “las agitaciones del alma” en la adolescencia.

Claro que el escándalo que se generó cuando la psicoanalistafue asesinada, en 1924 (todavía se intentaba controlar al máximo todo lo asociado al incipiente psicoanálisis), ayudó a que el nombre de Hug-Hellmuth quedase en la oscuridad. El propio Freud, se dice, mandó a retirar de circulación en 1927 este Diario de una chica adolescente.

Hermine von Hug-Hellmuth nació en agosto de 1871 en Viena. Su padre era un militar de origen noble y llegó a ocupar un cargo importante en el Ministerio de Guerra del Imperio Austrohúngaro. Su madre, que contaba con una valiosa formación cultural, murió de tuberculosis, tras un largo padecimiento, cuando Hermine tenía doce años. Desde comienzos de la década de 1870, la familia vivió apuros económicos.

Hugo y Ludovika, los padres de Hermine, se casaron en 1869. Cinco años antes, él había tenido una hija “ilegítima”: Antonia; según las convenciones militares y sociales de la época, él no debía casarse con la madre, de origen humilde. Con Ludovika decidieron hacerse cargo de Antonia y falsearon, al parecer, la fecha de nacimiento para inscribirla de un modo más sencillo.

Mientras trabajaba como docente, Hug-Hellmuth se contó entre las primeras mujeres que cursaron en la Universidad de Viena como estudiantes regulares; se graduó en Filosofía en 1909. Isidor Sadger, perteneciente al círculo de Freud, se transformó en su analista luego de tratarla como médico.

En 1911, ella escribió su primer trabajo psicoanalítico: “Análisis del sueño de un chico de cinco años y medio”. Quien le proveyó el material, el sueño, fue su sobrino Rolf, hijo “ilegítimo” de Antonia con un hombre casado (“tía Hermine”, dice el chico en el texto). A lo largo de su vida, Hug-Hellmuth publicaría una importante cantidad de artículos y dos libros: De la vida psíquica del niño y Nuevos caminos para la comprensión de la juventud.

Por intermedio de Sadger, entró en contacto con los miembros de la Asociación Psicoanalítica de Viena y en 1913 la aceptaron como miembro de la entidad. Estuvo no sólo entre las primeras mujeres, sino también entre los primeros integrantes no judíos de ese círculo. En general, se la ha descripto como alguien muy tímida.

Si bien –lógicamente– su labor recibió críticas, fundó las bases para el psicoanálisis de chicos, sobre las cuales trabajarían luego Melanie Klein y Anna Freud. El padre de Anna veía con buenos ojos a Hug-Hellmuth, tanto que la puso alfrente de una sección de psicoanálisis infantil en la revista Imago. En una carta a Karl Abraham de 1914, Sigmund Freud escribía sobre su nieto mayor: “La crianza estricta de una madre inteligente, ilustrada por Hug-Hellmuth, le ha hecho muy bien”. También citó a la psicoanalista en varias de sus obras.

Antonia Hug, la hermana de Hermine, murió en 1915 luego de padecer durante dos años los síntomas de la tuberculosis. Rudolf (o Rolf), su hijo, nacido en 1906, vivió a partir de entonces con diversas familias, tuvo distintos tutores y pasó también por varios internados para tratar sus problemas de conducta.

En septiembre de 1924, encontraron a Hug-Hellmuth muerta en su departamento. La había asesinado su sobrino. Según Rolf, él quería robarle, pero ella lo descubrió y él la mató sin intención cuando pretendía hacerla callar. Esto generó un nuevo escándalo en el ámbito psicoanalítico. Hubo quienes aprovecharon la conmoción para desautorizarla, remarcando que había usado para su trabajo experiencias del sobrino y que, según ciertas fuentes, también lo había analizado.

Rolf fue condenado a la cárcel y, cuando salió, le exigió a la Sociedad Psicoanalítica de Viena un resarcimiento económico por haberle provisto material de estudio a su tía. Le ofrecieron un tratamiento con Helene Deutsch. Él aceptó, pero nunca concurrió a una sesión con ella; sí la persiguió y la acosó en la vía pública. Deutsch, por su parte, siempre afirmó que creía en la palabra de Hug-Hellmuth sobre el Diario de una chica adolescente: “Sólo una muchacha pudo vivir las experiencias detalladas ahí y escribirlas de ese modo”.

El texto en sí expone con acciones y testimonios concretos mucho de lo que Freud venía teorizando; sobre todo, con respecto al descubrimiento de la sexualidad en la adolescencia. Aparecen insistentes fantasías y miedos sobre la menstruación, el matrimonio, las relaciones sexuales. Se desnuda la ansiedad por entender el mundo carnal de los adultos, se repite el deseo de conocer “todo” en ese sentido. También se relatan varias escenas edípicas, que llegan a su punto máximo cuando, tiempo después de la muerte de su madre, Grete plantea muy racionalmente la conveniencia del matrimonio entre un padre y su hija.

Resulta notoria la fascinación por algunas figuras, desde la profesora Malburg o Mallburg (aparece escrito de los dos modos) hasta los varones con los que coquetea, de su edad o más grandes, y con los que termina decepcionada por un motivo u otro. Idealiza a estas figuras por completo, las llama “Hada de Oro”, “Dios del Sol”, “heroico Siegfried”. Todo se vive con exageración juvenil, con la intensidad de un descubrimiento.

El cambiante y difícil vínculo con su hermana Dora, las quejas ante lo que le permiten hacer a su hermano Oswald porque es varón, su propio lugar como “favorita” del padre (Dora es la “favorita” de la madre) y de ciertos profesores, la desesperación por no ser considerada ya una nena, los conflictos escolares, los secretos con su amiga Hella, las inquietudes por la enfermedad de su madre o los primeros acercamientos amorosos se mezclan con el antisemitismo, la xenofobia, el clasismo, el valor otorgado a un título de nobleza o a un uniforme militar.

De un modo que puede parecer frívolo (por ejemplo, cuando trata de establecer con Hella el saludo heil, instituido por Georg von Schönerer, líder del nacionalismo alemán en Austria, considerado un predecesor directo de Hitler), Grete muestra muchos de los conflictos de la sociedad vienesa entre fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX. Un tiempo y un espacio bien acotados, en los que pudieron verse transformaciones que en otras partes de Europa requirieron un período mucho más extenso.

Hay que pensar que la ciudad pasó de tener alrededor de novecientos mil habitantes en 1870 a más de dos millones en 1915. Ahí llegaron a convivir Freud y Hitler y produjeron buena parte de su obra figuras como el arquitecto Adolf Loos, el músico Arnold Schönberg, el pintor Gustav Klimt o su discípulo Egon Schiele. En el año 1900, el brillante Arthur Schnitzler se burlaba con la novela El teniente Gustl de lo extemporáneo de ciertas convenciones de esa sociedad y de la militarización que se vivía, cosa que también se advierte en este diario. Como plantea Carl E. Schorske en La Viena de fin de siglo, la “élite cultural” de la ciudad tenía un aire provinciano a la vez que cosmopolita y combinaba posturas conservadoras con planteos de avanzada.

Desde esta perspectiva, el Diario de una chica adolescente adquiere el valor de un testimonio histórico en el que cabe leer el cambio de época y los orígenes de dos movimientos que marcarían a fuego la historia de Occidente: el psicoanálisis y el nazismo.

 


Fuente. Por Salvador Biedma | Página 12

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