domingo 10 de noviembre de 2024
Edición Nº2526
Actualidad » 18 abr 2018

Cultura

“Todos creen que pueden ser escritores”

Siempre polémica, la autora de Art se burla de todo, pero también de sí misma: “sin la dimensión del ridículo, no hay tragedia”, sostuvo en la Alianza Francesa. Reza dará hoy una charla en el Centro Cultural San Martín y el 28 se presentará en la Feria del Libro.


La polémica le sienta bien; es como una segunda piel en la que habita. “Ser escritor no es solo tener algo que contar, es saber contarlo. Me pasa muy seguido que la gente me dice: ‘tengo un buen tema para vos’, pero para mí un tema no es nada. Todo el mundo tiene temas. Saber escribir es como saber cantar; no todos pueden cantar”. Yasmina Reza, que cree que toda entrevista es “un suplicio y una catástrofe”, sonríe como si entrara a escena en la biblioteca de la Alianza Francesa, interpretando el papel de la escritora y dramaturga difícil que sabe adaptarse a las reglas de juego y puede simular amabilidad y simpatía, sin aparente esfuerzo. La autora de Art (1994), obra que fue traducida a 35 idiomas y la convirtió en la dramaturga contemporánea más representada, prefiere evitar el mal trago de las entrevistas y las sesiones fotográficas. En esta visita a Buenos Aires, acepta únicamente una conferencia de prensa, antes de la charla magistral “El arte de escribir teatro” con Oscar Martínez, en la que participará hoy a las 19 en el Centro Cultural San Martín (Sarmiento 1551). Reza, invitada por la 44° Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, se presentará el sábado 28, en la sala José Hernández del predio de La Rural, donde será entrevistada públicamente por el escritor Gonzalo Garcés.


¿Por qué el texto teatral ha perdido relevancia?, pregunta Página/12. “La escritura dramática se ha vuelto casi inútil por la creatividad del director. Antes la esencia del teatro era el texto y los actores. A partir de la segunda mitad del siglo XX, surgió una tercera fuerza, y creo que eso es bueno: el director, que tiene una visión de las cosas, una estética propia y puede crear toda una obra a partir del texto. Este reino fue aumentado por el surgimiento de la técnica; el teatro empezó a utilizar técnicas muy modernas que había creado el arte contemporáneo. Todo esto hizo que el texto perdiera preponderancia. Por eso mucha gente, los directores y el público, se dieron cuenta de que se podía hacer un gran espectáculo sin texto”. Reza confiesa que seguirá escribiendo obras de teatro y explica por qué: “En mi escritura teatral tengo en cuenta las posibilidades del teatro moderno. Mi tipo de escritura teatral tiene mucho aire, muchos silencios y ofrece muchas posibilidades de creación, que muchas veces los directores no utilizan”.

No es la primera vez que está en Buenos Aires. En 1983 se presentó como actriz en un espectáculo musical, La trampa de Medusa, la única pieza teatral que escribió Erik Satie, en el teatro San Martín. “El rol del personaje principal era un profesor de música; el director había decidido partirlo en dos: uno era yo, que tocaba el piano, y el otro era un hombre que hablaba. Pocas veces tuve tanto miedo en mi vida -reconoce la escritora y dramaturga francesa-. Mientras la gente entraba en la sala, yo tenía que estar sentada inmóvil, como una figura de cera, ante el piano. En todos los otros lugares donde habíamos hecho esta obra, estaba acostumbrada a estar inmóvil, pero solo diez minutos. En el San Martín estuve como media hora y estaba tan petrificada de terror al escuchar a la gente que entraba que pensaba que nunca más iba a moverme ni a tocar el piano. Es un recuerdo un poco angustiante”. El hecho de haber sido actriz le enseñó que podía expresar muchas cuestiones en el escenario sin palabras. “Las palabras eran solo un alimento entre otros para la obra. De ahí viene mi estilo en la escritura teatral, que es un estilo muy económico”.

Reza empezó a escribir teatro creyendo que era más fácil que escribir literatura. “Le tenía demasiado respeto a los escritores como para atreverme a hacer el mismo trabajo que ellos. Me sorprende ver que los tiempos cambiaron y todo el mundo cree que puede ser escritor –compara con ironía la autora de Felices los felices y Babilonia, entre otras novelas–. Hizo falta que un editor publicara mis obras de teatro y que me dijera: ‘usted tiene un estilo propio, sí o sí tiene que escribir narrativa’. Eso me dio confianza”.

–¿Qué importancia tiene la música en lo que escribe? ¿Qué pasa con las traducciones y esa musicalidad?

–No sé qué importancia tiene la música en sí, pero escribo como escribiría música: de oído. El sentido intelectual de lo que escribo no me interesa en lo más mínimo. Confío en tener un poco de inteligencia en mis obras, pero me interesa el ritmo, la musicalidad, que haya un clima. Las traducciones son una catástrofe para mí; es muy raro que me quede contenta con una traducción. En una traducción de teatro, cuando se trata de una lengua que domino, como el inglés, que es una lengua importante por todos los países donde se habla, me involucro y procuro corregirla. Pero las traducciones son un gran dolor.

–La novela Felices los felices le debe su título a Borges. Uno de los personajes recuerda también un poema del escritor argentino: “Ya no es mágico el mundo. Te han dejado”. ¿Qué importancia tiene Borges para usted?

–También cito a Borges en El hombre inesperado. Para mí es uno de los más grandes autores que existe, un autor mayor y además es para todas las edades. Me pasa que cuando era más joven adoraba a Dostoievski, para mí era el escritor más grande. Pero ahora me cuesta leerlo. No es culpa de Dostoievski, es culpa mía. Borges, sobre todo los poemas, es un amigo para toda la vida.

–¿Por qué tiene un humor tan feroz que desarticula las convenciones?

–Mi humor no es feroz, pero sí desarticula las convenciones. No es feroz porque no hay burla, no me burlo de los personajes. Te podés reír de todo, pero eso no te hace feroz. Sin la dimensión del ridículo, no hay tragedia. Basta dar un paso al costado y ver con un poco de distancia para que todo se vuelva extremadamente divertido y grotesco, incluido uno mismo.

La escritora y dramaturga francesa no firmó el manifiesto de las intelectuales francesas contra el movimiento #MeToo. “En mi opinión un escritor no es filósofo, ni pensador, ni sociólogo, ni intelectual, ni tiene un espíritu ilustrado. Las opiniones de un escritor sobre cuestiones públicas no tienen ningún interés. Incluso es peligroso, porque cuando un escritor tiene opiniones públicas eso se derrama sobre sus obras de ficción –plantea Reza–. Mi silencio acerca de las cuestiones públicas me permite manejar todas las perspectivas en la ficción: la mala fe, las provocaciones, todas las ideas. El escritor forma parte de la familia de los artistas, aunque haya que desconfiar de esa palabra”.


Por Silvina Friera / Página12

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