domingo 28 de abril de 2024
Edición Nº2330
Actualidad » 1 feb 2019

Internacionales

Venezuela, un objetivo estratégico global en América Latina

La importancia de la crisis en Venezuela pasa por su valor estratégico para la región y por constituirse en el eje de la disputa que Estados Unidos sostiene con las otras potencias mundiales, especialmente China y Rusia, en el presente escenario de reordenamiento internacional.


Por:
Francisco Lavolpe

En esta etapa, se juega mucho más que el gobierno; se trata de la disputa por los intereses estratégicos de la nación sudamericana que concentra la mayor reserva de petróleo del mundo.

 

El 97% de los recursos del Estado venezolano son producto del petróleo. Además, Venezuela tiene las reservas comprobadas de crudo más importante del mundo (25% del total), es noveno productor mundial y noveno exportador de ese recurso. El 40% de las exportaciones de petróleo tienen como destino China e India y lo sigue muy de cerca el mercado de EEUU; casi la mitad del presupuesto petrolero tiene como destino el pago de créditos a China; Rusia y China sostienen importantes acuerdos con las fuerzas armadas venezolanas por la provisión de equipamiento militar de seguridad interior. Como miembro relevante de la OPEP. Cualquiera que quiera condicionar la producción y, por lo tanto, el precio internacional del crudo tiene que controlar al Estado venezolano.

 

¿Cuál es la importancia estratégica global de Venezuela?

 

Primero; luego del proceso revolucionario encarnado por Hugo Chávez, en el que Venezuela jugó un papel relevante en la región, la etapa de Nicolás Maduro deslizó a la nación caribeña hacia el eje de una disputa global entre las principales potencias. Semejante a los conflictos en Siria o Ucrania,  Venezuela es la pieza latinoamericana de la actual disputa estratégica global. Ni aquellas fueron (son) “guerras civiles”, ni son hoy las “grietas” que se proclaman desde las usinas de ideas; de uno u otro lado, empujan al pueblo venezolano a un conflicto en el que derraman su sangre en función de los objetivos de corporaciones extranjeras. Los intereses del pueblo venezolano difícilmente están representados en esta disputa.

 

Segundo; los Estados Unidos no pueden permitirse otra derrota, menos aún en su “patrio trasero” luego del jaque en Siria y tablas en Ucrania. La disputa con Rusia juega Ajedrez, un conflicto que toma alfiles y torres, mientras China se mueve como en el Go, ocupando espacios comerciales y tragándose competidores. Sin embargo, ahora lo hacen en un tablero anárquico, con piezas inestables, sin reglas claras, y donde los regímenes de la convivencia internacional están en pleno proceso de transformación.

 

Perder la batalla por Venezuela sería una derrota estrepitosa para el gobierno de la primera potencia mundial, que reconoce el declive de su hegemonía, que reivindica la doctrina Monroe y sobre una coyuntura que en poco tiempo más pondrá a prueba la continuidad del gobierno republicano de Donald Trump. Frente a estos desafíos, el gobierno estadounidense desplegó su política de desgaste, a través de bloqueos selectivos y de erosión económica y financiera del gobierno de Nicolás Maduro, dejando las condiciones sociales y políticas necesarias para impulsar su reemplazo; para EEUU, en Caracas debe instalarse un nuevo virreinato. El giro copernicano de Brasil, con más interrogantes que certezas, ha terminado de rodear el vecindario de Maduro.

 

Tercero; los gobiernos de América Latina exhiben la expresión más pobre para los intereses políticos de los estados de la región. Tirios o Troyanos, aunque pocos Latinoamericanos; un alineamiento que propone una división de actividades, roles y poder que releva a los pueblos de la región de la capacidad política y económica de usufructuar de sus legítimos recursos y bienes. La genuflexión política y la falta de liderazgo caracterizan una etapa negra de la política latinoamericana. Entrar en la disputa entre los EEUU, la Unión Europea, Rusia o China es parte de la triste historia de un grupo de aldeas fragmentadas cuya élite gobernante enfrenta el dilema de elegir a qué emperador rendirle su tributo.

 

Cuarto; nunca como ahora, se ponen a prueba los sistemas de representación política de las naciones. Las llamadas “democracias occidentales” se muestran claramente incompatibles con la representación de intereses nacionales y regionales de los pueblos de nuestra América Latina. El debate acerca de la legitimidad de un gobierno no puede estar sujeto a lo difuso de la definición de democracia al gusto del consumidor; nadie puede arrogarse valores democráticos universales. “democracia”, “autocracia”, “régimen”, “golpe de estado”, golpe “institucional” o “judicial”, junto a dispositivos, medios y redes sociales, como parte del aparato de poder (“smart power”) expresan la variedad de recursos para apropiarse de las instituciones del Estado. La crisis de representación de los sistemas democráticos, la naturaleza misma de la ciudadanía y el abanico de modelos y formas de gobierno que encontramos en el mundo contemporáneo, no hacen otra cosa que ratificar el proceso anárquico y conflictivo para identificar intereses y objetivos de los estados: además de Venezuela, operaciones y golpes de mano en Ecuador, Bolivia y Honduras, golpes institucionales o estados de excepción en Paraguay, Perú y Brasil todos ellos con el poder judicial y la “prensa libre” como actores clave, Colombia intervenida (ocupada?), México en guerra contra el “crimen organizado” (estado fallido?) y Argentina, casi como paradigma de la región, sorpresivamente gobernada por un presidente que representa los intereses del 5% de la población.

 

Y quinto; la naturaleza profunda del conflicto en Venezuela se basa en la gran transformación del rol de los Estados Unidos en el sistema internacional. La historia nos enseña que los imperios decaen y durante esa etapa protegen su “perímetro”, fortalecen sus posiciones, y generalmente también envilecen. Asimismo, otras potencias aspiran a detentar la hegemonía; China y su arrolladora energía económica y política; Rusia, con su memoria imperial, explora el control euroasiático; la Unión Europea, que se pretende más bella de lo que el espejo refleja y el Reino Unido que todavía tiene músculo para jugar fichas en diferentes mesas.

 

Venezuela: un país que aún debate el origen de su nombre entre “pequeña Venecia” y un fonema indígena (Veneci-uela), describe el dilema de su destino político y probablemente el de toda nuestra América Latina para comienzos del siglo XXI.

 

Por Francisco Lavolpe

Director del Instituto de Estudios Internacionales

Universidad Nacional de Lomas de Zamora

[email protected]

@francolavolpe

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