sábado 20 de abril de 2024
Edición Nº2322
Actualidad » 11 sep 2018

Fotografías

El arte del vacío

En 1984 Enrique Shore fue convocado como fotógrafo para la CONADEP, cuando se trataba de obtener los primeros registros de la represión en los centros clandestinos de la dictadura.


TAGS: HISTORIA

A regañadientes, con escenas de extrema tensión, los militares dejaban entrar a testigos, funcionarios y fotógrafo a celdas, calabozos, cuarteles y sótanos que habían albergado presos, detenidos y torturados. Las fotos de Shore figuran en el Nunca más pero el material es muchísimo más vasto. La Asociación de Reporteros Gráficos de la Argentina, ARGRA, se sumergió en esos registros para rescatarlos y ponerlos en circulación con un enfoque centrado en lo fotográfico. El libro Informe Conadep es testimonio urgente de una época –la transición entre dictadura y democracia– y también archivo de inusitada emoción provocada por los espacios vacíos que eran reconocidos por mínimos detalles, revelados por esas fotos a los prisioneros y sobrevivientes: el arte en acción, encontrando su destino donde menos se lo espera.

Por Angel Berlanga - Página 12

Hace unos días, mientras se presentaban las fotografías de este libro, el aire en la Casa del Bicentenario se espesó con el destilado de las peores aberraciones de la historia argentina. En la pantalla, ante unas cien personas, uno a uno iban sucediéndose en blanco y negro los registros que a lo largo de 1984 hizo el fotógrafo Enrique Shore: el chalet sucio del Hospital Posadas, el Olimpo y sus ventanas tapiadas a la calle, el aterrador ingenio tucumano Lules, las pulcras instalaciones de la ESMA. Interiores: interiores de comisarías, de cuarteles, de bases aéreas, de distintas ciudades y provincias del país. Celdas, calabozos, sótanos, agujeros. Y algunas de las personas que poco antes, durante la dictadura cívico-militar, fueron detenidas, secuestradas y llevadas allí: señalan, en las fotos, los lugares en los que estuvieron. Lo reconocen. Aquí estuve preso. Aquí me hicieron parar así. Por estas escaleras me hicieron bajar con los ojos vendados.


Pozo de Quilmes, Provincia de Buenos Aires.
Es el registro de los primeros pasos que se dieron en democracia para establecer los crímenes de lesa humanidad de lo que se llamó entre 1976 y 1983 Proceso de Reorganización Nacional: a cinco días de asumir, el presidente Raúl Alfonsín creó la Comisión Nacional Sobre la Desaparición de Personas, que recibió las denuncias sobre detenciones ilegales, secuestros, torturas, asesinatos, desapariciones. Enrique Shore fue el único fotógrafo de la Comisión y parte de su labor de entonces está en el Nunca Más, pero el material que produjo, conservado en el Archivo Nacional de la Memoria, es muchísimo más vasto que el publicado en esas páginas. ARGRA editora se sumergió en esos registros para rescatarlos y ponerlos a circular con un enfoque centrado en lo fotográfico: es el primer libro de esta naturaleza con este trabajo de Shore y se llama Informe Conadep.

El encendedor y la pared


“Todavía hoy me pregunto cómo hizo para conseguir mi teléfono”, dice Shore. Raúl Aragón, uno de los secretarios de la Conadep, lo llamó una mañana de fines del 83, comienzos del 84; unos años atrás había sido su profesor en el Colegio Nacional Buenos Aires, pero había perdido contacto. “Fue una sorpresa total; yo había leído en el diario que él formaba parte de la Conadep, pero nunca se me cruzó por la cabeza que me pudieran llamar”, dice Shore. “No me dio ninguna opción: ‘Te necesitamos, necesitamos un fotógrafo que registre estos procedimientos’, me dijo. Me dio claramente a entender qué tenía que hacer. Y acepté inmediatamente”. Shore tenía 27 años y ya cierta experiencia: había formado parte de la plantilla del Diario popular antes de irse a estudiar fotoperiodismo, en el 81 y el 82, a Estados Unidos. “Volví a la Argentina poco antes de la subida de Alfonsín, con la idea de documentar esos momentos, el retorno de la democracia”, cuenta. “Había hecho contactos y como reportero freelance publiqué algunas fotos en Newsweek, en The New York Times. A eso prácticamente lo interrumpí cuando empecé con el trabajo para la Conadep: tenía que registrar los procedimientos, para eso me llamaban. Y se hicieron muchísimos, en centros clandestinos de detención (CDD) de distintas localidades”.

Los procedimientos se hacían para sustentar lo dicho por los ex detenidos en las denuncias. “Para verificar sus testimonios”, aclara. Si en las declaraciones habían dicho ‘me llevaron a tal lugar, que tiene estas características’, se iba con esas personas para constatar que fuera ese lugar, si coincidía lo que veíamos con lo que la gente había declarado. “También formaba parte de la Comisión un arquitecto, que verificaba detalles de las construcciones, o de modificaciones visibles, y hacía planos”, explica Shore, refiriéndose probablemente a Carlos Ocampo. “En gran parte era un trabajo técnico, de documentación. Y las personas aparecen en las fotos no porque yo fuera a retratarlas, sino porque era el contexto de ese procedimiento. Las personas que aparecen con las manos contra la pared, por ejemplo, estaban de algún modo recreando las situaciones que vivieron cuando estuvieron detenidos-desaparecidos”.

Recuerda con nitidez los momentos en los que sacó algunas fotos. Una de las más conocidas es la de la mano del sobreviviente que con un encendedor alumbra la pared de un calabozo, en el Pozo de Quilmes. “Para mí es la más fuerte que he hecho en todo ese trabajo”, dice. “La tomé un lente muy súper angular, desde el fondo de una celda que tendría un metro, un lugar mínimo, muy oscuro: tuve que usar un flash, porque no había nada de luz. En un momento el ex detenido entró al calabozo y dijo: ‘A ver...’ Y acercó el encendedor a la pared. Entonces reconoció una inscripción que decía ‘Dios mío, ayúdame’. Es algo que al día de hoy se me ponen los pelos de punta. Este hombre había escrito eso con una moneda, o con una piedrita. Y aunque habían pintado, se ve que no habían puesto enduido para eliminar la inscripción. Obviamente, cómo una persona iba a saber que dentro de una celda en una comisaría había una pared con eso escrito si no hubiera estado antes. Todo el mundo llorando. Es una foto para mí especialmente simbólica”.

Shore se emociona también mientras recuerda: habla por teléfono desde Nueva York, donde vive desde hace cinco años. Ahora rebobina hasta la primera visita de la Conadep a la ESMA: hay otra foto icónica suya, la de un joven sentado en el piso, con las rodillas por delante de las rodillas, ante los ventanucos de “Capuchita” (se trata del militante montonero Carlos Enrique Muñoz). “Quizás sea la foto más conocida de esa serie, la que más fácil se reconoce -dice-. En algún momento él se reconoció en la imagen y me escribió: ‘soy yo’. Fue una foto tomada en un momento muy tenso, difícil: estábamos rodeados de militares con una actitud muy agresiva. Y me imagino lo que habrá sido para él, que estuvo no sé cuánto tiempo chupado: devastador. Nosotros seríamos unos diez o doce, entre integrantes de la Conadep y testigos, y habría el triple de militares. Nos seguían los pasos a cada uno de nosotros y registraron absolutamente todo, hicieron actas con muchísimo detalle, filmaron, sacaron fotos: me pregunto dónde estará ese material. Estábamos tocando la herida, destapando sus cosas, metiéndonos en su territorio, algo que hasta hacía muy poco era imposible. Lo habrán hecho para amedrentarnos; a los tipos les salía humo, porque no podían impedir que ese grupo de civiles estuviera ahí, mirando con lupa ese lugar”.

En La Perla, en Córdoba, pasó algo parecido: los militares muy alterados. Rabiosos, dice Shore. El ministro del Interior de entonces, Antonio Tróccoli, les había dado un poder para que en los cuarteles les franquearan la entrada a todas las instalaciones que requirieran, y eso derivó en algunas escenas tensas: “En la Base Aérea de Mar del Plata, el principal chupadero de la ciudad, no nos dejaban pasar a un sitio porque decían que había un polvorín: terminaron abriendo igual, pero fue muy tenso –dice–. Y en Córdoba pasó algo parecido, pero tuvieron que romper un candado a balazos y dejarnos pasar”. En Mendoza encontraron un calabozo lleno de libros. “Fue otro de los momentos increíbles, porque una de las chicas que estaba ahí, ex detenida, de pronto agarra un libro y dice ‘a ver...’ Y se encontró con que era suyo, se lo habían secuestrado a ella”. Quizás refiera a Silvia Ontivero, que se encontró con su ejemplar anotado y subrayado de su ejemplar de Las venas abiertas de América Latina, y aparece retratada en algunas de las fotografías de Shore.

La ruta del archivo


Informe Conadep, el libro que Argra publica en su colección Pequeño Formato, contiene 37 fotografías del trabajo de Shore, una selección entre las 2.020 que se conservan en el Archivo Nacional de la Memoria. El fotógrafo Julio Menajovsky, que rastreó esos materiales y trabajó en su clasificación y conservación, escribió el prólogo del volumen. “En 2003, a veinte años del retorno del Estado de Derecho, en Argra hicimos una convocatoria amplia para mostrar, en un gran acto público, trabajos fotográficos vinculados al tema, que además pudieran circular –cuenta–. En ese marco se proyectaron las fotos de la Conadep: en silencio y sin textos. Y produjo una impresión tan fuerte que incluso una de las abuelas de Plaza de Mayo, Rosa Rosimblit, me dijo: ‘¿Por qué pasan esas fotos? Es muy fuerte, muy triste. Quizás sea necesario, pero no nos hagan ver eso’. Y de ahí surgió algo: en realidad son fotos de edificios vacíos, no hay golpes bajos. Pero claro, esas fotos están habitadas por lo que uno sabe que pasó. Porque se proyecta sobre esos lugares vacíos otras cosas, terroríficas, que sabemos que ocurrieron. Me parece que ahí hay una clave, y esto se ha comprobado a través de la historia de la fotografía: lo que está fuera del cuadro llama a las propias obsesiones y miedos, y eso tiene que ver con uno y no con el fotógrafo. Parece que eso viene de afuera, pero en realidad viene de adentro”.

En 2008 Menajovsky empezó a trabajar en el Archivo Nacional de la Memoria, dependiente de la Secretaría de Derechos Humanos. “Cuando di con el material, estaba en una caja azul en la que había un álbum con hojas de contacto y gran cantidad de negativos”, dice. “Yo tomé a mi cargo eso, porque era parte de mi tarea. Y subrayé la necesidad de hacerlo ver por un especialista en conservación: hasta ese momento en el Archivo sabían muy bien qué hacer con los papeles, pero no con el material fotográfico. Y mucho menos con negativos. Hubo que esperar un tiempo hasta que se consiguiera un dinero para hacer una especialización en el tratamiento de negativos y finalmente el material se empezó a limpiar y a poner en condiciones de guardarlo y digitalizarlo. Es un material que ha sido consultado por mucha gente, y cuando fue el aniversario de la Conadep se hizo una muestra en la que se colgaron unas cuantas de estas fotos. En los CDD que devinieron centros de la memoria hay muchas de las fotos que tomó Enrique, que ahora forman parte de este archivo propiedad del Estado. Que es un obstáculo insalvable para cualquier proyecto negacionista, porque demuestra el carácter sistemático de la violación de los derechos humanos. Porque cuando uno empieza a ver que son cuarenta lugares en los que se corroboran testimonios confluyentes que indican que ahí se torturó, que detrás de la puerta que hacía un chirrido había dos escalones, y tantos metros entre la celda y el baño, la acumulación de toda esta documentación fotográfica demuestra concluyentemente la sistematicidad del terrorismo de Estado”.


El 20 de septiembre de 1984 la Conadep entregó su informe a Alfonsín: contenía 9600 denuncias y fue fundamental para el primer juicio a las Juntas. “Era un momento de incredulidad, de desconfianza: todo era muy joven y no estaba claro qué iba a pasar -recuerda Shore-. Hacerles un juicio a los milicos parecía casi surrealista. Al poquísimo tiempo de terminar mi trabajo me llamó Eduardo Rabossi, que era integrante de la Comisión, y me pidió los negativos”. Rabossi era además el subsecretario de Derechos Humanos. “Me pregunté qué podría pasar con el material, tenía miedo de que se perdieran”, sigue Shore. “Pero estaba claro que no tenía opción, así que confié en que los preservaran y que les dieran el uso correcto: entregué absolutamente todo, negativos y contactos. Era lo que correspondía. Me quedé con algunas copias de las fotos principales; pensá que era la época en que la fotografía era analógica, no existía lo digital. Una vez me llamaron para pedirme copias de una foto y me entregaron un fotograma cortado de una tira de seis, ya medio rayado: ahí me enojé, les dije cómo tenían que conservarlo, en fin. Y luego me alejé. Sé que durante un tiempo estuvieron abandonados en algún lugar. Miguel Ángel Quarterolo, un fotógrafo muy importante, muy amigo, siempre me decía que este material no se podía perder, que tenía que asegurarme de que estuviera en un museo; pero los 90 fue una muy mala época, hasta el Archivo General de la Nación era un desastre. Ya más adelante, a partir de otro fotógrafo, Pablo Lasansky, me contactaron desde Memoria Abierta: encontraron las fotos ya no sé dónde e hicieron una primera digitalización y catalogación; yo ya vivía en España y me pidieron información. Y luego pasó al Archivo Nacional de la Memoria, y Menajovsky tomó cartas en el asunto. Hace unos años, en enero de 2015, estuve de paso en Argentina y me quedé realmente asombrado del cuidado que han tenido para preservar todo eso. Agradezco mucho esa gestión y espero que quede ahí, porque es un documento histórico importante”.

Señal de cautiverio


En simultáneo con cada Anuario de Fotoperiodismo, desde hace cinco años Argra publica tres volúmenes de la colección Pequeño Formato, enfocados en tres vertientes: una dedicada a un fotógrafo de trayectoria, otra a un trabajo emergente o actual, y una tercera centrada en el rescate o la difusión de archivos. “A través de la Fototeca de Argra sabíamos de la existencia de este archivo y Diego Sandstede propuso que sea título de este año”, cuenta Martín Felipe, coordinador de la colección. “Junto a él accedimos a la totalidad de las fotos, que vimos en una tarde, e hicimos una edición amplia, con la que luego trabajamos afinando el relato. Ver todo ese material junto fue una bomba, a nivel humano y a nivel de estar frente a una especie de tesoro. Salimos muy golpeados pero a la vez con la emoción de haber visto algo único y valiosísimo”.

Dice Felipe que en la edición buscaron un relato fotográfico sensorial y de emociones por sobre un enfoque más bien técnico-descriptivo de los sitios registrados por Shore. “Es la primera vez que este archivo se publica con un criterio de lo fotográfico como cuerpo principal”, explica. “Porque hasta ahora las imágenes siempre se utilizaron para acompañar algún texto; de hecho, acompañan al informe Nunca Más. Por cómo vemos y sentimos la fotografía quienes hacemos la colección es que adoptamos este criterio, el poder de la imagen por la imagen en sí”. Felipe también cuenta cómo fue que eligieron la foto de tapa: el tronco de un árbol de la Guarnición Militar Campo de Mayo, señalado por el índice de un ex detenido desaparecido, o de algún miembro de la Comisión, del que se poco más que una mano. “Casi no tuvimos dudas: nos parece que resume el misterio y la densidad del trabajo”, dice. “No contar explícitamente invita a entrar y ver qué hay adentro. Ese dedo índice señala la marca de un balazo de una ejecución (suponemos, imaginamos). En varias fotografías hay índices que señalan: son detalles que las víctimas-testigos le señalan al fotógrafo para que registre con su cámara, detalles que permitían reconocer el lugar de cautiverio. Quizás lo más obvio hubiese sido elegir la de la ESMA, por lo representativa, pero por la característica de la colección podemos permitirnos estos ‘lujos’ de edición”.

Felipe evalúa que a la hora de encarar este trabajo fue importante que ninguno de los que participaron en la edición tuviera vínculo familiar directo con las víctimas del terrorismo de Estado. “Es un tema que nos sensibiliza y tomamos como propio desde hace mucho, pero el no estar involucrados ‘en sangre’ nos ayudó a poder meternos en esas sombras para sacarlo adelante”, dice. “Imagino que para los organismos y familiares meterse a ver esas fotos debe ser tremendo. Así como pasó el año pasado con el libro sobre los combatientes fotografiados en Malvinas, observamos el trabajo con los archivos como un elemento sanador social, pequeños eslabones que se suman a visualizar lo que duele para poder sanar”.

Enrique Shore emigró hacia Madrid en 1989: tiempos de hiperinflación, con el alfonsinismo derrotado y el menemismo en plena faena de desguace del Estado. Tiempos de retrocesos en materia de derechos humanos. “Me fui básicamente decepcionado por muchas cosas y también por la situación económica, que era bastante horrible”, dice. “Y también por la frustración: tuve esa participación importante en la recuperación de la memoria histórica, fui muy sensible a todo este tema. Y en un momento me dije: ‘¿Acá es donde quiero criar a mis hijos?’ Lo siento, pero no. Con todo el dolor del mundo. Y me fui. Simplemente. Me harté. Sobre todo por lo económico. Me busqué un trabajo afuera”. Por entonces trabajaba aquí en Reuters, y consiguió que la agencia le diera otro puesto en España. Desde 2013 vive en Nueva York: luego de 28 años en Reuters, hace fotografía para corporaciones.

En tu recorrido como fotógrafo, ¿qué significó en tu historia el trabajo para la Conadep?

–Fue el más importante que hice en mi vida. Eso lo tengo clarísimo. Sentí que pude contribuir a documentar una parte de la historia de la Argentina desde una posición bastante única. Y produje documentos que se incorporaron también al Juicio a las Juntas. Fue una responsabilidad muy grande.

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