miércoles 24 de abril de 2024
Edición Nº2326
Actualidad » 17 may 2023

Diario del Juicio

“Estando en Argentina tengo los peores recuerdos, éramos monstruos para ellos”

En la centésimo primera audiencia del Juicio de las Brigadas del “Pozo” de Banfield, » Pozo» de Quilmes y “El Infierno” de Avellaneda brindaron declaración Carla Fabiana Gutiérrez, Paola Leonor Alagastino, Analía Martires Velázquez, Marcela Daniela Viegas Pedro, Julieta Alejandra González, Marlene Wayar; mujeres integrantes del colectivo travesti/trans y sobrevivientes de la última dictadura cívico-militar Argentina.


A las 8.30 comienza el relato de Carla Fabiana Gutiérrez quien recuerda que a sus 15 años, en 1976, empieza su transición. Explica que una amiga llamada Claudia Lezcano le advierte que vestirse de mujer “iba a ser muy duro”. 

Gutiérrez, que vivía en La Tablada cuenta que una noche mientras ejerce la prostitución, es secuestrada por militares vestidos de civil, quienes la obligaron a subir a un coche que se dirigía a el Pozo de Banfield.

Al llegar al lugar escucha gritos de otras personas y ahí empieza su calvario. Sufre humillaciones y golpes. Además testifica que no le daban de comer y si quería tenía que pagarles a los militares con favores sexuales. Tampoco se podía negar porque de lo contrario era violada. “Le teníamos que pedir a ellos si había una sobra de algo y ellos te hacían pagar con sexo (…) si te negabas te mataban a palos”, cuenta.

En el Pozo de Banfield conoce a otras chicas secuestradas del colectivo travesti/trans. Nombra a «La Jujeña», «Estrellita», «Muñeco», «Maricela», Paola, «Kuki» Lopez, «Perica», «Jeni», Norma, Judit, Claudia, «Luli», y Julieta. Asegura que mantuvo una amistad y aunque muchas ya fallecieron, las recuerda con cariño ya que ellas le dieron fuerzas para resistir el encierro.

Tras su desaparición sus padres comienzan a buscarla. Se acercan a los cuarteles de La Tablada a preguntar por ella pero allí les dicen que se queden tranquilos que a su hija no le iba a pasar nada. 

Tres días después de su secuestro es liberada. Sin embargo, debido a su identidad de género, supo que iba a ser perseguida con frecuencia por eso decide abandonar su hogar y recurre a su madrina que vivía en Villa Madero.

“Decidí no ir más a la calle, si le tirabas plata te dejaban trabajar sino al calabozo. Eran malas personas. (…). Nos decían puto de mierda”, cuenta. 

Estando en cautiverio recibe un golpe muy fuerte en la cabeza. Como consecuencia actualmente tiene su cráneo astillado y padece pérdida de memoria.

Tras la persecución, se exilia en Italia en el año 1986. Allí encuentra oportunidades y conoce gente buena que la ayuda a salir adelante. “Estando en Argentina tengo los peores recuerdos. Éramos monstruos para ellos”, afirma.  

“Nos hacemos una coraza para continuar viviendo. Nos hacemos fuertes. Nos rompemos por las cosas que nos pasaron. A pesar que no están las chicas yo creo que hoy algo ganamos”, declara con la voz temblorosa mientras finaliza su relato. 

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La segunda declaración está a cargo de Paola Leonor Alagastino quien en una noche de invierno del año 1977, a sus 17 años, es secuestrada por militares vestidos de civil y otros uniformados quienes se bajan de un Falcon Blanco y la ingresa a la fuerza al baúl del coche.

Alagastino es llevada hacia el Pozo de Banfield junto a Fabiana y otras compañeras donde recibe maltrato y tortura. «Querían sexo o sino palo”, relata muy conmovida.

Durante su estadía le cortan su cabello, sufre frío y duerme en cartones. Explica que algunos días no comía ni bebía nada, los militares arrojaban la comida al piso y eso era todo lo que podían comer. “Nos daban el borde de una pizza”, agrega.

Luego de varios días es liberada. En su momento intenta realizar una denuncia por todo lo sufrido, pero no es escuchada. 

Aunque es liberada el miedo continúa en su vida. Cada vez que acercaba un auto la invadía el miedo de ser nuevamente secuestrada. “La próxima vez que te vemos ya sabes lo que te va a pasar”, le advirtieron antes de su liberación.

El deseo de vivir en paz y resguardar su vida la empuja a tomarse un remis, esconderse en el piso del auto y escapar de Argentina para exiliarse en Italia. Con lágrimas que recorren su rostro, Paola finaliza su testimonio y recuerda el momento en el que sintió que su sufrimiento al fin terminaría. 

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El tercer turno lo tiene Analía Martires Velázquez. Declara que una noche, militares irrumpen en su hogar e ingresan a la fuerza y se la llevan con los ojos vendados en un Falcon gris. 

Es secuestrada durante 90 días en el Pozo de Banfield junto a Fabiana y otras compañeras más, tales como Julieta González, Estrella y Perica. Allí es conocida como Maricela. 

Durante su secuestro sufre abusos, insultos, maltratos, humillaciones y torturas.  Por las noches escuchaba el dolor de otras personas y era amenazada con frecuencia, recuerda que una noche estuvo encerrada en un sótano. Asimismo sostiene que sentía la muerte muy cerca y que los torturadores hacían lo que querían con las personas travestis/trans. 

En los momentos en los cuales era sometida, los militares le nombraban a personas pretendiendo que los delate, sin embargo, refiere que no sabe de quiénes le hablan.

Su familia, que fue testigo del secuestro, realiza el hábeas corpus y a partir de ello comienza a tener noticias. Finalmente, es liberada en una estación de tren aunque no recuerda exactamente dónde, pero sí que tuvo que pedir dinero a las personas para poder regresar a su hogar. 

El temor era tal que en 1989 toma la decisión de exiliarse en Brasil. No obstante, las detenciones ilegales continúan tras volver al país a renovar su pasaporte. 

En la actualidad, sus temores siguen vigentes, tiene pesadillas con frecuencia y refiere sufrir de nervios a diario.

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Marcela Daniela Viegas Pedro inicia su testimonio y explica que a principios del año 1979, a sus 15 años, escapa de Rosario debido a la persecución por parte de los militares y policías federales hacia el colectivo travestis/trans. 

La primera noche en Buenos Aires duerme en la estación de tren Retiro. Luego conoce a una amiga con la cual ejerce la prostitución con el permiso de la policía, quienes la dejaban ubicarse en calle Panamericana a cambio de dinero y favores sexuales.

Sin embargo cuenta que, una noche, la policía la obliga a subirse a un auto en el que sufre maltratos, golpes y le cubren la cabeza con una bolsa por lo que pudo percibir que se trata de un secuestro.

La víctima relata que es llevada a una celda del Pozo de Banfield donde solo cabe una persona. Al día siguiente de estar allí recibe todo tipo de maltratos: insultos, humillaciones, abusos, golpes y violaciones. “Ahora vas a saber lo que es bueno puto”, le dicen los perpetradores.

El lugar en donde estaba se constituía de celdas una al lado de la otra con puertas de chapa. Tenía un pasillo que en el fondo tenía un piletón con una canilla. La víctima no recuerda tener noción del día o la noche. Sin embargo, en su mente permanece el recuerdo imborrable de un militar que fue el principal torturador y violador. Su apodo era “Largo, el flaco”, refiere. 

Recuerda la noche de su secuestro y explica que su novio es testigo del hecho. Junto a una amiga buscan un abogado y a los 17 días del secuestro, Marcela se entera que estaba en “Blanco”, lo cual significaba que sería liberada. “Ahí me enteré que iba a salir”, expresa con la voz conmovida a punto de llorar. Tras la liberación su estado físico empeora, ingresa pesando 78 kilos y es liberada con 40 kilos. 

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El quinto testimonio está a cargo de Julieta Alejandra González. Es secuestrada una noche en su hogar cuando tenía 19 años en el año 1977. La primera noche está en la Brigada de San Martín y luego es trasladada al Pozo de Banfield. 

Antes del secuestro Julieta recibe una carta en la cual le solicitan que se presente al Servicio Militar. Al acudir a aquel sitio escucha a los militares decirles a otras personas: “Van aprender a ser hombres. Pónganse derechos”, declara. 

Explica que la hacen ingresar a una oficina y cuestionan su identidad de género. No conformes, la obligaron a desnudarse para corroborar lo que decía el DNI. Luego un militar le firma un documento para que no vuelva, la deja ir, pero antes le pide que lo llame por teléfono a la brevedad. 

Tres meses después del hecho es secuestrada de su hogar. Aunque su familia se opuso se llevan a golpes y una vez en la comisaría, reconoce al militar. “Te dije que me llamaras, ahora te vas a quedar 90 días acá”, recuerda.

Durante sus 15 días de secuestro está con una joven llamada Judit y un chico al que le decían “El negro”. Su cama era un colchón viejo con manchas de sangre. Es obligada a lavar, cocinar y limpiar los autos de los militares que tenían huellas del maltrato hacia otras víctimas. Además la obligaban a tener relaciones sexuales y sostiene que no podía negarse.

Recuerda oír todo tipo de gritos. Incluso recuerda los llantos de dolor de una mujer y que, a los minutos escuchó el sollozo de un bebe recién nacido

González cuenta que en una ocasión reconoce por medio de la TV a Miguel Etchecolatz, el represor más cruel de la dictadura argentina. «Tenía una mirada penetrante”, afirma. 

Finaliza su testimonio y sostiene que años después recorre el Pozo de Banfield y la celda en la que estuvo secuestrada. Cuenta que en democracia también es detenida por ser una mujer trans y que, en la actualidad,  puede escuchar en silencio los gritos de las personas torturadas y el llanto de aquel bebé. 

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El último testimonio de la jornada está a cargo de Marlene Wayar  psicóloga social y  activista por los Derechos Humanos. 

Sostiene que las fuerzas de seguridad siempre han controlado la prostitución del colectivo travesti/trans por lo que son ellos quienes determinan el lugar y los horarios nocturnos.

La testigo explica que los militares de la última dictadura cívico-militar se ensañaron con las mujeres del colectivo travesti/trans. Estos condenaron sus cuerpos ya que eran la evidencia de su decisión en cuanto a la identidad de género. Fueron los principales culpables en instalar una condena social. “Esos cuerpos eran un juego en manos de personas macabras”, declara.

Marlene Wayar afirma que el promedio de edad de vida de las mujeres transexuales es de 32 años posterior a la dictadura cívico-militar. “Son pocas las personas viejas. No hay un imaginario sobre abuelas travestis. Son muy pocas (…) esto demuestra que el ejercicio del exterminio al menos en la comunidad travesti trans ha sido sumamente exitoso”, lamenta.

Además, explica que aproximadamente a los 13 años de edad es cuando comienzan a estar en situación de calle a raíz de asumir su identidad de género dentro del núcleo familiar. Por lo que son expulsadas de su hogar dejándolas en extrema vulnerabilidad social.

La psicóloga social comenta que los militares fueron personas adiestradas y domesticas para torturar a las personas y que, tras la vuelta de la democracia, se han “quedado con las ganas” de continuar esto. Explica que esto se pone de manifiesto cuando violentan sus cuerpos, ajustan las esposas por demás y las pisan con los borceguíes  

Reclama que si bien con el pasar del tiempo hubo un efecto pedagógico que nació cuando el colectivo travesti/trans salió a las calles a reclamar por sus derechos, los travesticidios y las desapariciones siguen ocurriendo.

Finaliza su testimonio pidiendo justicia y que todas las personas del colectivo travesti/trans tengan derecho a la memoria, la verdad y la justicia. 

La próxima jornada del Juicio oral y público será semipresencial el martes 25 de abril a las 8:30 hs y se tomarán las declaraciones testimoniales de María de las Mercedes Estévez, Julio Mogordoy, Ana Eugenia Mazzoti Percivati Franco y Héctor Domingo Bonet.

Con la cobertura de Nancy Camila Rodríguez.

“ESTANDO EN ARGENTINA TENGO LOS PEORES RECUERDOS. ÉRAMOS MONSTRUOS PARA ELLOS”. Recuperado de «https://diariodeljuicioar.wordpress.com/?p=1547»

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